Sobreviví a intento de homicidio

Saltillo, Coah.- Su tímida sonrisa lo dijo todo, era inevitable; los pasos del asesino seguían atormentándola en lo más profundo de su alma, como queriendo arrancarle lo más valioso que tiene: su vida.

Un mes ha pasado y Lesle Flores Treviño abre las puertas a Zócalo Saltillo para narrar los hechos sangrientos que la dejaron entre la vida y la muerte, aquellos que sólo ella puede plasmar y, ante la inocente mirada de su pequeño Joqsán, nos invitó a tomar asiento.

“Recordar es difícil, pero también es inevitable”,
 fueron las primeras palabras de esta joven madre de familia.

Con pasos lentos, Lesle se sienta en una de las sillas del comedor de su humilde casa, no sin antes tomar de la mano a su pequeño hijo, el cual con una camiseta de Superman se acerca al reportero y choca las manos.

“Él fue el que me dio las ganas de vivir, sólo Joqsán fue capaz de eso”, menciona mientras ve con una tierna mirada a su hijo.

Las cosas ya estaban plasmadas en el aire, los hechos ya habían causado estragos en la familia Flores Treviño, por eso comenzó a contar los primeros pasos antes de llegar a su lugar de trabajo, ubicado en la calle Victoria, de la Zona Centro.

“Ya estaba lista, por eso sólo tomé un pan y un café, es el desayuno que regularmente tomo, después me fui al trabajo”, explica detenidamente.

La cotidianidad le dio un aire de confianza; tocó la puerta y esperó a que Perla Judith Quintero Caballero, su patrona, le abriera para comenzar con los trabajos de limpieza que a diario venía realizando.

“Me dio las instrucciones y empecé a limpiar uno de los muebles de la casa, sacaba los ‘trastes’ y luego los lavaba, cuando comenzó todo”, dice y sus ojos empezaron a enrojecer, como si una primera lágrima estuviera a punto de salir.

‘ME PIDIÓ AGUA’

Mientras lavaba los platos en la cocina de la casa, escuchó una voz, era Gustavo Ardón Alfaro, un pintor que desde hace varias semanas estaba realizando trabajos de remodelación.

“Mi pidió un vaso con agua y se fue”, cuenta Lesle, quien en ese momento detuvo la charla para fijar su mirada hacia sus manos, “después regresó y me pidió otra vez agua”.

Nunca lo había visto, es más, se le hizo extraño que Gustavo le preguntara acerca de su vida, así que no había nada que temer, por eso no dudó en contarle que tenía un hijo de 2 años y que se llamaba Joqsán.

“Se veía confiable; nunca pensé que fuera una mala persona”, argumenta.

En eso, su hijo llega hasta la mesa, tratando de entender qué era lo que su mamá estaba haciendo, pero con una mirada, Lesle lo invita a caminar hasta el lugar en donde Juana María Treviño, su abuelita, se mantenía sentada.

La plática transcurrió y mientras los pasos de su hijo se escuchaban cada vez más lejos, llegó el momento de abordar la tragedia, aquella que revivió detalladamente.

“¡No hagas ningún tipo de ruido! ¡No hables!”, le susurró al oído Ardón mientras ponía el vaso vacío en la mesa, en donde comenzó todo.

Era Gustavo, el pintor que la amenazó sin razón alguna, de hecho se le hizo extraño que le pidiera que callara, pero aunque unos segundos enmudeció, cuenta, las fuerzas salieron a flote.

“Eran como las 11:30 y me lo puso atrás; lo primero que pasó por mi cabeza era que quería robar, entonces no me detuve y empecé a forcejear con él, porque sentí que me iba a atacar”, indica.

Tomándolo de la mano, Lesle intentó quitarlo de su cuerpo, pero la fuerza de aquel hondureño era más que la de ella, así que decidió tomar el riesgo, aventándolo al suelo para después salir corriendo.

Se miraron a los ojos unos cuantos segundos, comenta con voz seca, cuando de pronto tomó el camino que, aunque se arrepiente en estos momentos, daban hacia el segundo piso de la casa.

“Me hirió, me dio dos o tres puñaladas en el estómago”, apunta Flores Treviño.

UN GRITO DESESPERADO

Sus pasos eran rápidos, pero sus gritos no eran escuchados, así que al llegar al segundo piso vio cómo Perla Judith salió corriendo con una viga de madera para defenderse y evitar lo que el destino ya tenía marcado.

“Yo no vi nada, ellos se quedaron forcejeando en el segundo piso, yo sólo seguí corriendo para tratar de pedir auxilio, pero nadie me escuchaba”, dice y su voz, aunque afónica, comienza a cambiar de tono.

Y siguió su camino sin mirar atrás, pues sabía que era la única oportunidad de salir viva de aquel ataque, pero al llegar al área de la terraza decidió brincar la barda, llegando a los techos de varios negocios del centro… cuando sintió una mano.

“‘¡No, tú no!’, fueron las palabras que me dijo cuando me tomó por la espalda, fue entonces cuando me abrazó y me cortó el cuello”, recuerda con tristeza.

Tirada en el techo de un negocio de regalos, sólo con una mano levantada para pedir el auxilio de los transeúntes del centro, terminó Lesle, a quien en esos momentos la imagen de una persona la mantenía con vida: su hijo.

“Recordé el momento en que nació; cuando estuvo por primera vez en mis brazos, eso me dio fuerzas para seguir con vida, fue Joqsán, sólo él”, evoca y los sentimientos empiezan a brotar de su lastimado corazón.

‘VI UN ÁNGEL’

“No te preocupes, ya no te va a pasar nada, yo te voy a proteger”, eran las palabras del ángel que acudió a darle los primeros auxilios. José Armando Arroyo Franco, un policía municipal, se quitó su camisola y la envolvió en el cuello de Lesle para que ésta no se desangrara.

“Era un ángel, no podía ser otra persona, ya que entre mis pensamientos así lo veía; de color blanco y brillaba”, alude.

Aunque en ese momento sus recuerdos son un poco confusos, la imagen de ella sobre una camilla pidiendo ser escuchada era clara, pues les aseguraba a los paramédicos y la policía que la persona que atentó contra su vida seguía adentro.

MEJOR EVITA PASAR POR AHÍ

Aunque la primera sonrisa que salió de su rostro después de haber sido dada de alta del área de terapia intensiva fue al ver a su mamá, Lesle plática que sólo fueron unos segundos, pues se enteró de que ex patrona había muerto.

“Yo no sabía, me enteré después, por eso lo único que deseo es que Dios ayude a su familia y que estén bien”, afirma.

Las puertas del negocio en donde laboró por dos semanas permanecen cerradas, aquellas cicatrices que la dejaron marcada un 30 de septiembre están por borrarse, pero lo que no puede superar es pasar por la casa de Victoria.

“No quiero pasar por el lugar, lo evito, de hecho no quiero caminar por la calle de Victoria, no me gustaría estar tan cerca de esa casa”, concluye.

Fuente: http://www.zocalo.com.mx/seccion/articulo/heridas-que-nunca-cerraran-testimonio-sobreviviente-la-calle-victoria/

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